Actividades extraescolares, ¿son demasiadas?

Vivimos en una sociedad competitiva que busca constantemente la perfección y la excelencia. Esa actitud la reflejamos en los niños que completan su jornada escolar con más horas de actividades extraescolares para aprender inglés, música, algún deporte etc.

Vivimos en un mundo que ofrece tantas posibilidades de lectura, viajes, espectáculos, eventos de todo tipo, que tenemos la sensación de que si no los aprovechamos estamos perdiendo el tiempo, que desaprovechamos la vida y todas sus oportunidades.

Con este caldo de cultivo, se ha impuesto una idea inadecuada de productividad por la que pensamos que cuando no se hace nada estamos perdiendo tiempo y oportunidades. Los padres hemos desarrollado lo que viene llamándose “miedo a la agenda vacía”. Llenamos el tiempo libre de nuestros hijos con actividades de todo tipo para fomentar su desarrollo y formación y evitar que “estén sin hacer nada”.

Los niños tienen completamente programado su horario. Encadenan actividades una con otra, sin tiempo para parar, jugar y crear por sí mismos. Esto puede llegar a ser contraproducente en varios sentidos.

En primer lugar, esto afecta a la socialización y el desarrollo de habilidades sociales. Es cierto que en dichas actividades a menudo lúdico/educativas  se relacionan con otros niños y adultos, sin embargo, no deja de ser un entorno reglado con actividades dirigidas con normas que vienen impuestas y cuyos conflictos suele resolverlo el adulto encargado. Pierden así espacio para las relaciones espontáneas, la creatividad y flexibilidad. Reducen la posibilidad de exponerse a la frustración, establecimiento de roles por parte de compañeros y una gran cantidad de situaciones naturales que van a propiciar el desarrollo de habilidades socio-emocionales.

Por otro lado, puede generar dificultades  para la autodirección, ya que no tienen capacidad de planificación, todo les viene dado y organizado, reduciendo además su proactividad, dos aspectos clave para el éxito en su futuro desarrollo.

Por último, esta situación de sobreestimulación genera en los niños gran cantidad de ansiedad y estrés favoreciendo justamente lo contrario a lo que se pretende. Se sabe que un nivel de ansiedad durante la infancia puede desencadenar trastornos emocionales en la edad adulta. Es un cerebro en desarrollo con la vulnerabilidad que ello conlleva.  En muchos casos lo que produce es  bajada del rendimiento en los niños. Están dispersos en clase, con una mayor dificultad para la concentración.

De hecho, un estudio realizado en Estados Unidos reveló datos sorprendentes. Cogieron un grupo de niños diagnosticados con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (no vamos a entrar en la polémica del exceso de este diagnóstico de este tipo, que quedará para otro momento) y lo único que hicieron fue simplificar la vida de estos niños durante cuatro meses que duró el estudio. Los resultados fueron asombrosos. El 68% de ellos pasaron de mostrar conductas disfuncionales a ser clínicamente funcionales y de ellos, el 37% mostró un aumento de sus aptitudes académicas y cognitivas. Un aumento mayor del que proporciona el Ritalín, medicamento suministrado a estos niños. 

En definitiva, querer lo mejor para nuestros hijos no se debe confundir con sus verdaderas necesidades. La sobrecarga de tareas y obligaciones diarias puede llegar a crear estés y ansiedad emocional. El descanso, juego e incluso el aburrimiento son elementos fundamentales para su desarrollo social, emocional e intelectual.

Actividades Extraescolares

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